«Éramos felices y no lo sabíamos» es un taller experimental que propone confrontar la percepción del arte vs la vida cotidiana a través de ejercicios sensoriales, escritura, exploración corporal, escucha activa y acciones colectivas. La propuesta parte de la premisa de que nuestra forma de habitar el mundo está mediada por automatismos, normas invisibles y jerarquías perceptivas que limitan lo que consideramos arte, valor y experiencia.
No se busca producir obras ni seguir métodos preestablecidos, sino activar la mirada crítica, hackear hábitos y abrir otras formas de habitar el presente, desde la colectividad, el cuerpo, el juego y la imaginación.
Enfoque
El taller se inspira en pedagogías radicales, saberes afectivos, arte situado y pensamiento especulativo. Se nutre de referentes como Brian Eno, Laurie Anderson, William Morris, Luis Camnitzer, Francisco Toledo, entre otrxs, así como de las «Prácticas Narrativas». Reivindica el arte como forma de atención y existencia más que como disciplina o mercancía. No hay expertos ni jerarquías: todxs hacemos, sentimos, reflexionamos y nos vinculamos—con nosotrxs mismxs, con lxs demás, con los territorios, con la imaginación y con formas posibles de esperanza.
Acción colectiva
Durante la primera edición en Oaxaca se realizó una pequeña acción colectiva en el espacio público: comer un mango con las manos y los dientes, sin utensilios ni justificación. Un gesto mínimo que se transforma en afirmación sensorial, desacato al ritmo productivo y reconexión con el goce cotidiano.
Algunxs participantes compartieron que al principio sintieron vergüenza, pero pronto se relajaron. Una persona reveló que se dio cuenta de que también podía habitar el espacio público: “no es solo para el gringo”. Una señora que pasaba preguntó, desconcertada: “¿¡por qué hay tanta gente comiendo mangos!?”, lo que provocó risas y conversaciones espontáneas. Otras personas comenzaron a contar en voz alta cuántas personas estaban comiendo mangos en la plaza: “una, dos, tres...”, como si algo extraordinario estuviera ocurriendo en plena cotidianidad.
Esta acción no busca espectáculo, sino insertarse en la vida diaria y hacer visible lo que ya está ahí: el derecho al juego, a la experiencia, al cuerpo sin intermediarios. Al final, alguien resumió la acción con una pregunta: “¿Entonces puedo hacer lo que quiera?”.