FUGA: Pedagogía situada, incertidumbre y rareza como práctica artística
En el mundo del arte contemporáneo, la noción de educación ha sido absorbida por un deseo institucional de producir resultados visibles, evaluables, profesionalizables. Es decir, parte del arte ha sido instrumentalizado por el sistema económico. Pero ¿qué sucede cuando un pequeño grupo tiene espacio para sostener un taller sin objetivos definidos, sin producto final, con metodologías flexibles?
El taller nació en un museo, y eso es importante. Los museos, a pesar de abrirse a lo experimental, siguen operando bajo estructuras de validación verticales. Sin embargo, el CA2M ofreció un margen poco común: construir un plan de estudios desde cero. Gabriela Jáuregui se ha preguntado —“¿Qué pasa si nos fugamos de quienes nos quieren civilizar y creamos un archivo de la fuga?”—, y acá hemos estado dándole vueltas.
El método: No saber como lugar de partida
Desde el comienzo, supimos que el "no saber" no era una carencia, sino una condición legítima para empezar. Durante las sesiones, se escucharon frases como “no entiendo para qué es esto”, “me siento perdida”. En un contexto educativo tradicional, estos enunciados suelen interpretarse como señales de fracaso. Aquí, en cambio, funcionaron como síntomas de algo que necesitaba ser reformulado.
Las herramientas empleadas no eran nuevas: ejercicios de escritura especulativa, cambios de rol, exploración de metáforas, preguntas críticas. Lo diferente fue cómo se activaron. Creamos un archivo vivo compuesto por post-its, dibujos, frases, intuiciones. Y luego, una casa de cinta adhesiva que permitiera navegar ese archivo. Cada habitación representaba un espacio conceptual: el cuarto del tiempo, el baño de la contradicción, la sala de la frustración. Esa casa creció, se desmontó, se reconfiguró. Fue una cartografía flexible.
La pedagogía del acompañamiento
En FUGA, la pedagogía no consistió en transmitir saberes sino en sostener condiciones. El ritmo fue lento. A veces confuso. La facilitación no ofrecía respuestas, sino presencia. Como tallerista, me vi interpelada a revisar mis expectativas, pero también mis límites. No quise fingir horizontalidad, sino compartir lo que no sabía. Lo que sentía. Lo que también me incomodaba.
En un momento imaginé que el taller concluiría con un juego de cartas basado en el archivo. Pero fue en la penúltima sesión, tras un momento de desorientación compartida, cuando apareció de forma orgánica la idea de la casa modular. Y no fue una idea “mía”: yo solo facilité las primeras siete sesiones. Lo que siguió fue sostenido por el grupo. Eso también fue parte del experimento.
Afecto, cuidado y saber distribuido
Los encuentros no solo traen ideas. Traen también emociones, tensiones, negociaciones. Como sugiere Eloise Sweetman, tal vez deberíamos escuchar un “no sé” no como ignorancia, sino como un llamado a la intimidad. En otros sistemas de conocimiento, como los de comunidades vinculadas al territorio, no saber es parte del entramado. Deborah Bird Rose lo expresa así: “Decir 'no sé' es fundamental para participar desde un lugar. Estar dentro implica saber que el conocimiento propio no abarca el de las demás”. En esos contextos, el saber es parcial, situado y compartido.
¿Qué hace FUGA?
¿Tiene impacto? ¿Genera autonomía? ¿Vale la pena? No lo sé. Lo que sé es que las artistas regresaron cada semana. Que el archivo creció. Que se llenó de intuiciones, metodologías caseras, deseos e inseguridades. Que se construyó un plan de estudios horizontal como puente entre el museo y quienes participaron. Y que eso, en una institución, ya es una forma de desviarse.
Conclusiones abiertas
FUGA deja preguntas. ¿Qué tipo de espacios necesitamos? ¿Qué condiciones mínimas permiten que algo diferente ocurra? ¿Qué pasa si el “no sé” se escucha y no se corrige? ¿Qué pasa si el archivo no se cierra?
No es fácil imaginar alternativas cuando gran parte del imaginario está cooptado. Pero necesitamos intentarlo. Crear nuestras propias reglas, nuestras propias formas de estar, nuestras casas de cinta adhesiva. Necesitamos relaciones menos normadas, amistades expansivas, pedagogías que permitan fallar. No por estética, sino por necesidad.
Como dijo Nato Thompson en su libro 'Seeing power in spaces', el conocimiento se produce en espacios, y esos espacios producen subjetividades. No se puede abrir lo pedagógico sin abrir también lo afectivo.